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Sunday, January 22, 2006

Dosmilseis y la conspiración contra la Feria

Hasta hoy, cuando, finalmente, pude volver a mi costumbre dominguera de pasear por Tristán Narvaja a mediodía. Yo ya estaba preocupada: ya era el cuarto domingo consecutivo que no había feria. Primero porque los feriados del 25 de diciembre y 1 de enero fueron domingos, y luego porque los dos domingos siguientes llovió a cántaros. Hoy cuando llegué conté a los feriantes de la calle Paysandú a ver si las vacaciones obligatorias y este verano mas bien otoñal se habían llevado a alguno...

Lo que tuvo de bueno el receso ferial fue que me sentía con derecho de gastar lo correspondiente a un mes de excursiones fallidas. Y así fue, porque si bien no hubo grandes tesoros, los hubo pequeños, como encontrarme con Wild Palms y Sanctuary, de Faulkner a $50, una vieja edición de 1984, en español, que me ayude a lavar mis culpas por poseer la que tal vez sea la edición más cara y más canalla de la genial novela de Orwell.. También fueron a mi bolsa la novela de Ian McEwan Perros Negros, el clásico de Emily Brontë Wuthering Heights y la primera novela del -para mi desconocido- novelista alemán Andreas Maier titulada Martes del Bosque. Esta novela la compré por tres razones: porque desconozco por completo qué se escribe en Alemania después de Herr Grass, porque el tal Andreas Meier nació en 1967 y porque Adriana Hidalgo suele publicar autores interesantes pero el precio de sus libros es abusivo, por lo que nunca, hasta hoy, había comprado ninguno.

Por otra parte, este año nuevo ha venido con la adquisición de algunos hábitos nuevos y el abandono de alguno viejo. Entre los abandonados está el tabaco. Como no sé si persistiré, no digo que dejé de fumar sino que paré de fumar. Entre los nuevos está el de escuchar música cuando voy por ahí, ayudado por el regalo de un artefacto realmente pequeño y práctico que consume poca energía.
Toda esta historia es para contarles que, cuando salía rumbo a la Feria tuve el impulso de llevarme la música conmigo pero enseguida me di cuenta de que no era una buena idea: la feria es, fundamentalmente, un bombardeo sensorial y es muy estúpido privarse de algo tan fundamental para ESTAR en la feria como el oído.

Cuando ya me iba vi a una feriante que hablaba con un muchacho. A él le faltaba una pierna, pero de alguna manera se había medio sentado en el puesto, sobre unos cajones, y había apoyado su muleta a un costado, justo delante de los tomates. Tal vez estuviera un poco borracho, o atribulado, o enojado o empacado como una mula. La verdad es que la mujer del puesto trataba de convencerlo que se fuera. Así, por las buenas, como para que el muchacho no se diera cuenta que en realidad lo estaba echando. Y le dijo, mientras le ponía la mano en el hombro:

"Bueno, ya nos veremos la próxima vez. Me alegro que andes bien, andá nomás y no te vayas a olvidar de la muleta...."

El tipo no dijo nada. No sé si le resultó raro o si está tan acostumbrado como un ciego a que le digan "nos vemos". Yo no podía parar de reírme, porque además me acordé de un amigo argentino muy miope que una vez vino a Uruguay y olvidó sus lentes de contacto. Mientras el plato de ravioles estuvo relativamente lleno nadie se dio cuenta, pero cuando quedaron dos o tres y el tenedor daba una y otra vez en el plato sin acertar a raviol alguno, otro amigo le dijo: "Increíble: es como si un paralítico se olvidara de la silla de ruedas...."

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