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Tuesday, May 10, 2005

Entre sotanas y batas blancas

Es indiscutible que nadie tiene derecho a imponer al prójimo un hábito pernicioso para la salud. Sin embargo la iniciativa de reglamentar la prohibición de fumar en los espacios públicos del Presidente Tabaré Vázquez y la Ministra de Salud Pública, Ma. Julia Muñoz, parece apuntar a algo más que a cuidar la salud de los fumadores pasivos. Las declaraciones de Vázquez de que "el cáncer de pulmón mata a tres uruguayos por día", no hace sino reafirmar que de lo que se trata no es tanto de traer justicia a los no fumadores tras siglos de sometimiento a los humos del vecino sino de apelar al cercamiento del fumador reduciendo los ámbitos en los que puede practicar tan pernicioso y reprobable hábito, a la vez que cierra las puertas a cualquier aspiración de un debate serio sobre la legalización del consumo de marihuana.

Si la medida apuntara a proteger a aquellos que no quieren fumar y se ven obligados a hacerlo, Vázquez debería haber especificado a cuánto asciende el genocidio de no fumadores y no a aquellos que, muy probablemente, decidieron fumar aún siendo conscientes de que perjudicaban su salud, al punto de estar dispuestos a pagar con su vida el placer de rendirse a tan pernicioso hábito.
Ni Tabaré Vázquez ni Ma. Julia Muñoz parecen preguntarse por qué esos uruguayos estaban obligados a morirse de viejos. Parten de la base de que todo ser humano está obligado a vivir de tal manera que logre permanecer en este mundo el mayor tiempo posible y, en base a esa idea de discutible validez universal, reglamentan con validez universal. Sin embargo, ni el Estado, ni la Ciencia puede tener injerencia en la determinación de lo que es una gestión adecuada o inadecuada de la vida y la salud de un individuo.

Que la medida va más allá de proteger la salud de los saludables y que apunta al cercamiento y a la disuasión represiva de quienes no aceptan el modelo de salud biologicista que determina la salud en términos de duración del cuerpo como máquina, parece evidente cuando uno analiza la "solución" del problema de los díscolos fumadores: en el caso de los lugares públicos donde el individuo no puede optar si concurrir o no concurrir, se aplica, correctamente, la prohibición total, mientras en los lugares donde el individuo va por voluntad propia se propone aislar a los fumadores en un apartado hermético con extractores de aire. La eventualidad de que el dueño de un establecimiento privado pueda determinar qué servicios presta y a qué tipo de clientes dirige su propuesta y del usuario de elegir a qué ambiente se somete, queda fuera de discusión. Es más efectivo aislar a los "enfermos" que anunciar en la puerta que el lugar es abierto a los fumadores y que el usuario decida si arriesga o no su vida, permaneciendo unas horas en un ambiente poluto por libre elección.

Al parecer, no se trata tanto de traer más libertad a los oprimidos fumadores pasivos como de restringirla a aquellos que, manteniendo un hábito pernicioso, no sólo ocasionan grandes gastos médicos al Estado sino que son ejemplo de comportamiento antisocial, individualista, antieconómico y hasta suicida. Sin embargo, en el centro del debate sobre las prohibiciones (del tabaco como de otras drogas) debe primar una cuestión de orden ético sobre las de índole económica: ¿qué derecho tiene el Estado de proteger a los individuos del daño que puedan hacerse a sí mismos? John Stuart Mill, en su ensayo "Sobre la Libertad" argumentaba:

"El único motivo por el cual el poder puede ser ejercido de pleno derecho sobre cualquier miembro de una comunidad civilizada contra su voluntad, es evitar el daño a otros. Su propio bien, ya sea físico o moral, no es una razón suficiente. Éste no puede ser compelido a hacer o no hacer aludiendo que será mejor para él, o a que lo hará más feliz, o porque, en opinión de otros, hacerlo o no hacerlo sería más sabio, o mejor. Éstas son buenas razones para expresar desacuerdo con él, o razonar junto a él, o para persuadirlo, o para pedirle que lo haga o no lo haga, pero no para obligarlo o amenazarlo con un daño si no actúa de acuerdo a estas opiniones. Sobre su ser, sobre su cuerpo y mente, el individuo es soberano"

El control que los poderes intentan ejercer sobre la libertad del individuo para determinar su estado de bienestar une a la Iglesia con el Estado en una cruzada de domesticación que ha ido cambiando el premio que se ofrece a aquellos que se ajustan al modelo propuesto. Allí donde la Iglesia ofrece salvación, el Estado moderno ofrece salud, una vida larga y (convenientemente) productiva.
O como apunta Fernando Savater en "El contenido de la felicidad":

"Tal como fue la salvación, la salud es el fin de la vida del hombre sobre la Tierra; ambas son bienes que se da por supuesto que el hombre debe anhelar, incluso sin saberlo, salvo perversión diabólica de la voluntad o de la mente (locura); en ambos casos existe un cuerpo de especialistas dedicado a concretar cuales son las vías para alcanzarlas y a condenar cualquier iniciativa herética individual; una y otra son, en último término, impuestas -por el bien de todos- mediante instituciones oficiales destinadas a impedir las tentaciones y sancionar los extravíos. La religión tradicional, utilizando como instrumento ideológico la teología de la salvación, aspiró al establecimiento en este mundo de una teocracia; el utilitarismo estatista laico, empleando el dogmatismo médico, ha conseguido imponer modernamente lo que Thomas Szasz llama un 'Estado terapéutico'. (...) Desde un punto de vista ético -aunque solo sea terminologicamente- el dogma fundamental del Estado terapéutico es que es malo cuanto va contra la salud y bueno cuanto la favorece."

En ese sentido y siguiendo a Thomas Szasz, Savater llama a distinguir entre hacer algo por alguien y hacer algo a alguien, siendo habitual que se presenten como intervenciones por el bien de alguien lo que son manejos sobre él. "La única forma de resistencia ante este equívoco es reclamar: no hagáis nada por mi bien sin mi previo requerimiento". Así, uno se pregunta, por ejemplo, qué derecho tiene la IMM de multar a aquellos que deciden manejar sin cinturón de seguridad o una moto en solitario sin usar casco, cuando la vida que ponen en peligro es la propia. Con el mismo criterio habría que multar cualquier conducta riesgosa para la propia salud, perseguir a paracaidistas y skaters, aplicar severas sanciones al distraído, ir tras el gordo, el sedentario, el mero insomne.

En agosto de 2003, el músico Brian Eno, escribía un artículo en 'The Observer' a raíz del libro "Weapons of Mass Deception" de Sheldon Rampton y John Stauber. En él se refería a los cambios en las formas de control gubernamental de los ciudadanos:

"Cuando visité Rusia, en 1986, me hice amigo de un músico cuyo padre había sido el doctor personal de Brezhnev. Un día estábamos hablando sobre la vida durante 'el período de estancamiento' -la era de Brezhnev. 'Debe de haber sido extraño vivir completamente sumergido en la propaganda', le dije. 'Ah, pero ahí está la diferencia. Nosotros sabíamos que era propaganda', contestó Sacha. Ésa es la diferencia. La propaganda soviética era tan obvia que la mayoría de los rusos no le prestaban atención. Daban por sentado que el gobierno actuaba según sus propios intereses y que cualquier mensaje que viniera de él venía sesgado, por lo que no lo tomaban en cuenta. (...)"

Eno señala que el control social se ha vuelto más sofisticado y solapado, tanto que merece un nombre nuevo. Ya no es propaganda: es prop-agenda: "No es tanto el control de lo que pensamos, sino el control sobre qué cosas pensamos. Cuando nuestros gobiernos quieren vendernos un curso de acción, lo hacen asegurándose que sea la única cosa en la agenda, la única cosa sobre que todos hablamos."

El anuncio de la reglamentación sobre el hábito de fumar no resultaría especialmente llamativo si no coincidiera con otros temas de la agenda presidencial, que en los últimos meses parece regirse por las preferencias personales del primer mandatario antes que por el programa de un partido político. El traslado de la estatua de Juan Pablo II, el anunciado veto a la ley de salud reproductiva y la presente reglamentación parecen salidos directamente de la peripecia vital de Tabaré Vázquez. Tal vez a ello se deba la profusión de biografías del Presidente en librerías que, a la luz de las últimas iniciativas presidenciales cualquier analista político se vería tentado a consultar cual oráculo.

Lamentablemente, redefinir el concepto de salud, promover el debate, educar a fin de que como ciudadanos seamos libres de elegir con responsabilidad no parecen figurar en la agenda inmediata del gobierno. Lo azaroso de dicha agenda no sería más que anecdótico si no existiera una constante que une cada uno de los puntos enumerados: la imposición unilateral de una idea, que se presenta como indiscutible. En el caso de la reglamentación en contra del tabaco (aún aceptando que la salud pública se redujera a la pureza del aire que nos vemos obligados a respirar) y suponiendo cierta coherencia en las preocupaciones presidenciales, tras 15 años de gobierno municipal, deberían haber aparecido un ejército de inspectores controlando que se cumplieran con las emisiones de gases máximas admitidas y dicho control no debería hacerse solo en las calles sino incluirse en el -hoy por hoy- inservible y meramente recaudatorio Computest pues si hay algo que "fuma" en Uruguay y que afecta a las personas sin distinción y sin elección, son los vehículos automotores, en especial ómnibus y taxímetros, bajo directa supervisión (y subvención) municipal. Basta ir a una feria vecinal y echarle un vistazo a la flota de camiones con Computest aprobado hasta el 2008, para sufrir un irreprimible ataque de risa.

El artículo de Brian Eno finaliza: "Cuando yo era joven, un tío excéntrico decidió enseñarme cómo mentir. Como él me explicó, no era porque quisiera que yo mintiera, sino porque pensó que yo debía saber cómo reconocer cuando estaban mintiéndome. Espero que escritores como Rampton y Stauber y otros puedan tener el mismo efecto y ayuden a extirpar cultura de la mentira y disimulo que está haciéndose de nuestros regimenes políticos."

El triunfo de la izquierda es, en gran parte, la culminación de un proceso de aprendizaje de la ciudadanía para reconocer cuándo le estaban mintiendo o manipulando. No pretenderán que lo olvidemos ahora.



Post Scriptum UK

A unas horas de haber escrito el post, encuentro una edición de noviembre de 2004 del muy liberal "The Economist" cuyo artículo principal se titula "No smoking, hunting, sugar, salt, fat..." y trata de las nuevas prohibiciones del gobierno de Tony Blair. El artículo comienza así:

"Enjoying yourself? Well, you'd better stop then. This week is banning week in Britain."

Respecto al tema de la salud (ya que la prohibición de cazar es solo respecto a la salud de los zorros) el argumento es similar al del post de más arriba:

"The question of just how much should be done reaches right down into the principles underpinning liberal democracy. According to those principles, the government is entitled to interfere with people's behaviour only in so far as it affects other people. Otherwise, well-informed individuals should be allowed to make their own choices. If they want to harm themselves, that's up to them.
That's why the government has tried to sell the smoking ban in the way it has. Passive smoking, it argues, kills other people. Yet the numbers involved are tiny..."


Pero, como el título del artículo lo indica (al incluir la caza del zorro), "The Economist" sospecha que lo que el gobierno laborista busca borrar las fronteras de clase en Gran Bretaña. A la vez que prohibe a los ricos irse al campo a practicar su aristocrático deporte favorito, intenta, mediante regulaciones, mejorar la calidad de vida de las clases más pobres, en la que se concentra mayor porcentaje de fumadores y adictos a la comida chatarra: la expectativa de vida de un Británico de clase alta es 7.4 años más que en uno de clase baja, el 42% de los trabajadores no calificados fuma, contra el 15% de profesionales, el 28% de las mujeres de clase baja son obesas, contra el 14% de las de clase alta y lo mismo sucede con los niños, que comen un 50% menos de frutas y vegetales en las clases bajas.





Yo creo que está muy bien que los laboristas pretendan cambiar un poco los números, tal vez tal y como intenta hacerlo el gobierno de Tabaré Vázquez.
La pregunta es si ese cambio de condiciones de vida serán para vivir una vida miserable pero más larga o si vendrán acompañadas por otros cambios. Muchos argumentan que el episodio de la estatua del Papa se debe a que el gobierno de Vázquez espera recibir ayuda de la Iglesia Católica para sostener el Plan de Emergencia. De última no hay demasiada diferencia entre inclinarse ante el FMI que hacerlo ante Wojtyla, aunque hay quienes preferimos pagar con dinero que con concesiones ideológicas.

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