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Friday, September 10, 2004

Yo, robot

Hace un tiempito escribí un post entreverado titulado 'La inmortalidad', en el que me sumaba a la hinchada de la biologia y la química si es que se quiere encontrar una solución a mediano plazo para el problema ese de morirnos. Si bien me resultan muy atractivas las predicciones de Hans Moravec & Cía. de que el futuro del hombre es cibernético, sigo convencida que estamos tan lejos de ello como Stirling del carisma.

Mientras los científicos tratan de resolver problemas como el de la energía que mantendría a un robot en funcionamiento de manera autónoma (la más reciente y genial de las mismas, la de Eco Bot II, que atrapa moscas y transforma el azúcar de su exoesqueleto en electricidad -lo malo es que el robot tiene aliento a mierda, porque de alguna manera tiene que atraer a las benditas moscas- transformándose en el único robot en el que su fuente de energía viene a él sin intervención humana), decía que mientras los científicos tratan de resolver todo tipo de problemas para nuestro futuro destino de chapa, yo me descorazono horriblemente cuando veo las soluciones robotizadas con que contamos hoy, digamos, un software de traducción, por ejemplo.

Abro mi absolutamente inútil Power Translator y tipeo una frase de la canción de los Moldy Peaches "Who's got the crack". La frase es sencilla: "it's hard to be a garbage man when a sailor stole my glove".
El traductor dice que esa frase es: "es difícil ser un hombre de basura cuando un robo del marinero mi guante". Aha.

Siempre vuelvo, mas o menos, a ese tema (y a Nabokov y a la Feria y a dos temas más, tal mi rango) y ahora veo que eso de la inmortalidad a través de las máquinas tiene ya una existencia real, aunque un poco retorcida.

Leyendo diarios encuentro esta noticia en el Toronto Star. Jim Sulkers, un hombre de unos 50 años que vivía en Winnipeg y que padecía esclerosis múltiple estuvo dos años muerto en su apartamento. No estaba en contacto con su familia ni tenía amigos y como su pensión era transferida a su cuenta bancaria y sus cuentas eran pagadas por débito automático, el sistema siguió actuando eficientemente, aún cuando Jim se había muerto dos años atrás. El cuerpo, en lugar de pudrirse se momificó (ah, los químicos, supongo que Jim tomaba muchos medicamentos).

No hay dudas que la sociedad posthumana hace rato que existe y la inmortalidad financiera está probada y garantizada. Mientras tanto, la Humanidad vuelve al antiguo Egipto. Eso es progreso.


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