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Sunday, May 30, 2004

Lecturas no concomitantes

Como Uds. ya saben, padezco esa afición dominguera de ir a la Feria de Tristán Narvaja a buscar libros usados. No era un buen día, hacía frío y yo estaba, bueno, en mal estado. Fui y floté un rato por las calles del Cordón, mientras ingería cocacolitas sin parar. A pesar de que vi libros interesantes, todos estaban demasiado caros. La peste, de Camus, en la preciosa edición de Sur, de tapas completamente negras, El libro rojo de Lenin, de Roque Dalton, El puente de Brooklyn, de Henry Miller, Imagen de John Keats, de Julio Cortázar (John Keats/John Keats/John...). También encontré el célebre ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas? de P.K. Dick, pero, para mi horror, lo habían retitulado Blade Runner, y llevaba en la tapa una espantosa ilustración con la cara de Harrison Ford. Que se lo queden.
Al final terminé comprando Un yanqui en la corte del rey Arturo, de Mark Twain, alentada por la frase de la contraportada: "Para todos, sobre todo a partir de 13 años"

El asunto es que volví a casa casi sin qué hojear, así que, aburrida, agarré una Brecha de hace unas semanas. Allí vi el artículo sobre Julio Cortázar en Uruguay, que no había terminado de leer, pues me había resultado mortalmente aburrido, como si de Cortázar y Uruguay poco se pudiera decir. Me llamó la atención que en ese artículo no se hiciera referencia alguna a la relación más interesante de Cortázar con Uruguay y que está en Rayuela. No me refiero al mentado asunto de la nacionalidad uruguaya de La Maga, sino al inefable Ceferino Píriz.

En el capítulo 129 de Rayuela, Traveler leía con deleite las contribuciones que un tal Ceferino Piriz había presentado a un concurso de la UNESCO bajo el título "La luz de la paz del mundo". Ceferino Piriz era un uruguayo que quería ordenar el mundo, clasificándolo por razas, distribuyendo las armas proporcionalmente al territorio, estableciendo "cuantos niños ha de dar a luz, por convención internacional, una mujer", determinando las Corporaciones nacionales que debian componer un país ejemplar. La doceava, por ejemplo, era "la Corporación Nacional de Casas-Criaderos de animales, ocupadas éstas de la Cría Menor o cría de animales no corpulentos: cerdos, ovejas, chivos, perros, tigres, leones, gatos, liebres, gallinas, patos, abejas, peces, mariposas, ratones, insectos, microbios, etc."

Cortázar había accedido al manuscrito de Ceferino cuando trabajaba de traductor para la UNESCO y decidió inmortalizar esa raza de individuos que han visto la luz y conocen el secreto para mejorar el mundo y de los que Uruguay tiene varios exponentes menos célebres. Ya he escrito sobre ellos en otro lugar y en cuanto tenga ganas de hacerlo lo completaré aquí.

Lo que decía era que le eché un vistazo nuevamente a la nota de Brecha, tal vez porque había leído el post de Benito, que unía a Cortázar con Silvio Rodríguez a través de una anécdota extraña. Leí entonces lo que había escrito Angel Rama en su Diario 1973-1983, sobre el tardío entusiasmo de Cortázar por las ideas políticas y lo transcribo, pues me resultó muy llamativo e interesante:

"27 de abril de 1980

Desagrado, cólera y más tarde una larga, larga depresión, cuando oí a Cortázar en el acto de presentación de la revista Sin censura, que él patrocina en París. Me consta su falta de información política y no digamos económica o social, y su escaso discernimiento para la problemática internacional. Como él confiesa, hasta mediados de los sesenta era un literato puro que además nada sabía de América Latina. Lo desgraciado es que no ha hecho reales esfuerzos para informarse mejor, estudiar los problemas y verlos con una perspectiva objetiva. Pero a pesar de que sigue siendo un 'literato puro' opina sobre política con tal simpleza, ignorancia de los asuntos, elementalidad de razonamiento, que produce o descorazonamiento o cólera. A mí las dos cosas y concluyo abominando de los escritores metidos a políticos: concluyen haciendo mal las dos cosas.

En Julio, dentro de ese constitutivo y original funcionamiento enrevesado del tiempo, se oye a un adolescente quinceañero decir simplezas, sobre el exilio, sobre Nicaragua ('en dos años habrán sido resueltos los problemas del país'), sobre los regímenes militares, sobre el socialismo (una simple panacea), sobre los escritores comprometidos.

He defendido siempre su candor (como lo he hecho respecto a Benedetti) y su honestidad; quienes estaban cerca de mí en el acto no compartían mi creencia. Todos sin embargo coincidimos en la penosa impresión dada por su disertación y sus respuestas a las preguntas (infausta fue su explicación de lo ocurrido en la embajada peruana de La Habana, llegando a negar que hubiera 10 mil personas a pesar del testimonio peruano y del reconocimiento cubano) y a mí me volvió a plantear esta espina sobre los prejuicios que estos intelectuales ignorantes de la realidad social, económica y política de nuestros pueblos provocan en las jóvenes generaciones que creen en ellos (porque son buenos escritores, no porque sean políticos buenos) y están dispuestas a aceptar sus juicios. La extrapolación es evidente: aprovechando la autoridad ganada en el campo de la 'literatura pura' se la usa para impartir una doctrina sobre asuntos que le son enteramente ajenos y donde no ha habido prueba de ningún tipo de competencia o de conocimiento serio. Desgraciado equívoco. He conocido sus desgraciadas consecuencias en el pasado y nada parece que ellas hayan contribuido a hacer más serias y responsables las palabras políticas que hoy siguen pronunciando los intelectuales"

Después que leí esto y que pensé un rato en Galeano y en cómo lo que escribe como literatura es tomado por demasiada gente como verdad revelada, seguí leyendo otras cosas, me olvidé de Cortázar, Rama y el Uruguay y agarré una biografía de Bruce Chatwin, de Susannah Clapp. La abrí al azar:

"Tenía sus temas favoritos, asuntos a los que volvía una y otra vez, que ampliaba, eleboraba y remendaba. Uno era el color rojo. ¿Por qué era el rojo el color de la revolución? ¿Obtuvo su significación de la sangre o del fuego? ¿Qué sentido tenía en la Iglesia? ¿Por qué una cultura de los mares del sur se abstenía de usarlo? Volvió de la Unión Soviética sosteniendo que todos los rusos detestaban ese color y años después seguía insertando nuevos datos en sus conjeturas. Cuando conoció a Hannah Rothschild en París, en una cena con Rudolf Nureyev, la agasajó de inmediato con una exposición de su teoría sobre el color mientras la engatusaba para que lo siguiera en una excursión. La había puesto en su mira durante la cena; le preguntó qué hacía en la ciudad y le anunció que tenía un plan para la mañana siguiente: 'La recogeré en su hotel a las seis'. Apareció a las siete: 'Primer paso, el metro'. Durante la media hora de viaje hasta su destino, que resultó ser el Mercado de Pulgas, no paró ni para respirar. Un mendigo envuelto en una manta roja había disparado su conversación camino al metro. Habló del uso político y de la importancia simbólica del rojo, introdujo a fascistas, marxistas, toreros, carniceros uruguayos, a Garibaldi y los Camisas Rojas, sin olvidar el gorro frigio de la Revolución Francesa. Ya en el mercado se encendió nuevamente por los destellos rojos de los más diversos objetos expuestos en las tiendas: el carmesí de un chal budista; el escarlata de una insignia comunista."

Caramba, I'm back in the U R u guay. ¿Carniceros uruguayos? Está bien, Chatwin era un viajero, estuvo en la Patagonia y escribió un libro basado en los seis meses que pasó allí (justamente titulado En la Patagonia) y otro (El virrey de Ouidah) sobre un negrero brasileño. ¿Pero estuvo alguna vez en Uruguay? Este es un trabajo para Brecha.


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