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Saturday, May 15, 2004

El fantasma de John Keats

Hace unos días, cuando estaba escribiendo el post sobre los libros de la feria de Tristán Narvaja y me encontré con la referencia de Stephen King a Borges como "gran escritor de lo macabro", empecé a buscar mentalmente algún cuento que pudiera entrar en esa categoría. Al final terminé acordándome de La intrusa, relato bastante macabro a fin de cuentas, pero en ese momento no podía recordar el nombre del cuento. Así que con todo el dolor de mi espalda, fui a buscar el libraco. No encontré el cuento entonces, porque, como siempre sucede, me enganché a leer otra cosa, en este caso, El ruiseñor de Keats.

Como ustedes saben, en ese escrito Borges se extraña de que la crítica inglesa no haya leído correctamente la penúltima estrofa de 'Oda a un ruiseñor' en el sentido de señalar que el ruiseñor de Keats es el ruiseñor platónico, en tanto que el individuo es la especie. Pero lo más interesante es la explicación que da Borges a la omisión de la crítica inglesa: el problema está en la mente británica. "Los hombres, dijo Coleridge, nacen aristotélicos o platónicos; de la mente inglesa cabe afirmar que nació aristotélica. Lo real, para esa mente, no son los conceptos abstractos, sino los individuos; no el ruiseñor genérico, sino los ruiseñores concretos. Es natural, es acaso inevitable, que en Inglaterra no sea comprendida rectamente la 'Oda a un ruiseñor'. (...) Un escrúpulo ético, no una incapacidad especulativa, le impide traficar en abstracciones, como los alemanes." (enter sigmur)

El tema del nominalismo es muy caro a Borges y ha dado pie a un muy interesante libro de Jaime Rest llamado El laberinto del Universo (Borges y el pensamiento nominalista). Quizá quien más ha aprovechado esta "veta" borgeana haya sido Umberto Eco, poniendo a dos nominalistas como Jorge de Burgos (moldeado sobre Borges) y Guillermo (moldeado sobre Occam) a luchar por un libro de Aristóteles. Pero este post no era sobre Borges, sino sobre Keats....

El texto de Borges me llevó a leer su poesía, que había leído escasamente. Es que, a estas alturas y en esta parte del mundo, John Keats y todos los poetas románticos se han vuelto prácticamente ilegibles. Tal vez, los últimos lectores de Keats por estos lares hayan sido Borges, Cortázar y (tal vez) las poetas del ‘45. Leyendo a Keats y luego a los poetas románticos uruguayos, uno tiene la impresión de que quienes no serían posibles sin los poetas románticos son los modernistas. Los románticos rioplatenses imitaban a los imitadores de Byron, como Espronceda y Bécquer el romanticismo inglés les llegó filtrado por los franceses y los españoles.

Leyendo la crítica de Zum Felde a los poetas románticos como Adolfo Berro o Juan Carlos Gómez, uno no tiene más remedio que preguntarse con nostalgia cómo se ha quebrado en nuestra crítica esa tendencia uruguaya a generar geniales cascarrabias ilustrados, inaugurada por Zum Felde y cuyo último exponente activo es Homero Alsina Thevenet.
En el Proceso Intelectual del Uruguay Zum Felde escribe sobre Berro -quien con John Keats comparte al menos el haber muerto de tuberculosis a los veintipocos años-: "La estrofa lírica de Berro es aún más floja y ripiosa que en la mayoría de sus congéneres, pareciendo casi un balbuceo; y su lenguaje, está demasiado plagado de tropos prestados por los románticos mayores, incluído Echeverría, quien tampoco, a su vez, los tenía muy propios"
Berro muere en 1841, a los 22 años y su muerte fue motivo de desgarrado dolor del ambiente intelectual uruguayo. En su entierro, que Zum Felde describe como "una especie de apoteosis" y junto a su tumba, nace el arquetipo del poeta romántico uruguayo: Juan Carlos Gómez.

"El vacío que dejó en el ambiente literario la desaparición prematura de Adolfo Berro fue ocupada por Juan Carlos Gómez, quien inició su carrera el día mismo en que aquél fuera enterrado, y junto a su tumba, recitando un poema elegíaco. Gómez, tan joven, en aquel año ’41, como su amigo muerto, continúa a Berro, por así decirlo, y llega a ser más plenamente lo que aquél sólo alcanzó a esbozar: el tipo representativo y simbólico del romanticismo en el Uruguay; y si no por la obra, por la vida, al menos"
Gómez es caracterizado por Zum Felde como el más genuino representante romántico, una especie de Quijote trasnochado que encarnaba el espíritu romántico "no porque haya realizado una obra literaria de valor permanente, ni su acción política haya sido fecunda, sino precisamente por haberse frustrado en lo uno y en lo otro"

La desdichada vida de Gómez es despiada y cómicamente relatada así por Zum Felde, el salado: "Toda su vida pública y privada es un romance caballeresco. Sus primeros versos juveniles, inspirados por la muerte temprana de su amigo Adolfo Berro, son recitados ante esa tumba. Adolescente aún, se enamora de una mujer, despidiéndose de ella al expatriarse, cuando el Sitio, en rimas acongojadas. La pálida doncella de sus sueños, su ideal Dulcinea, se convierte luego en la esposa de un personaje del Cerrito, don Carlos Villademoros, de quien ya dijimos su afición a las letras clasicistas. Muerta poco después, de una conmoción nerviosa, provocada por un bárbaro episodio del Sitio, Gómez, en su lejano exilio, permanece por siempre fiel al culto de aquel frustrado amor, llevando sobre el pecho el medallón con el retrato y el rizo de la amada, cuyo recuerdo lo acompañó hasta el fin de su desolada soltería. Cuando vuelve a Montevideo, su primera visita es para la tumba de Elisa, cuya memoria evoca en tiernas y dolidas estrofas."

Es notable que Zum Felde no se prive de anotar, como al pasar, lo tragicómico del hecho de que Elisa se haya casado con un cultor de la literatura académica como Villademoros, que alternaba la construcción de dramas patrióticos en verso (como Los Treinta y Tres, del cual Zum Felde dice que está "bien construído, pero de lenguaje académico y pomposo, incongruente en boca de los poco letrados héroes criollos") con letrillas eróticas. Una tragedia horrible, de la que la muerte vino a salvar a Elisa y a Gómez.

Perdónenme las características de este post largo y caprichoso, pero si escribo esto aquí es porque es totalmente imposible escribirlo en otro lado. Me persigue Keats, pero no hablo de Keats, de quién poco podría decir, sino de lo que he llegado a releer debido a la persecución de su fantasma.
En esas derivaciones lectoras he terminado hojeando Seymour, una introducción, de J. D. Salinger. Allí Buddy Glass, quien está siendo casi amenazado por el resto de sus hermanos para que "haga algo con la poesía de Seymour" llama a su hermana Boo Boo y le pregunta si hay algún poema de la primera juventud de Seymour que le gustaría ver incluído en el cuento que está escribiendo. "Su elección no resultó tan conforme a mis propósitos como yo hubiera deseado, y por lo tanto es un poco irritante, pero creo que lo superaré. El poema que eligió, lo sé, fue escrito cuando el poeta tenía ocho años: "John Keats/John Keats/John/Por favor ponte el pantalón".

Hay que decir que Seymour es esencialmente un poeta fascinado por la poesía oriental, que escribe y recita poesía china y japonesa desde los 11 años. El último poema de Seymour lo escribe en japonés, la tarde de su suicidio: "un haiku redondo, de estilo clásico, en el papel secante que cubría el escritorio en su habitación de hotel".
Pero volviendo al poema de John Keats... el traductor al español de Salinger no tiene más remedio que sacrificar el contenido en aras de conservar la rima. El original es: "John Keats/John Keats/John/ Please put your scarf on". Bufanda, no pantalón.

No he releído Seymour... completo y no recuerdo si hay algún comentario ulterior sobre el poema a John Keats, más bien tiendo a pensar que no. ¿En qué está pensando Seymour cuando escribe este poema? es algo que me he venido preguntando todos estos días. Y, arriesgandome estúpidamente a ser objeto de burla de cualquier experto salingerita que ande por ahí, confieso que solo se me ocurren dos y en las dos "bufanda" es fundamental. La primera es que, como saben, Keats murió tuberculoso. Su enfermedad se agravó en 1820, a raíz de un fuerte enfriamiento. De ahí que Seymour -tan dado a creer en anteriores encarnaciones- le ruega a un John Keats todavía vivo que se ponga la bufanda. La segunda lectura es respecto a la edad de Seymour y su condición de poeta: hay un dejo de orden maternal en el consejo de ponerse la bufanda antes de salir. Seymour, él mismo John Keats, retrata en el poema el absurdo de mandarle ponerse la bufanda a un gran poeta, en una especie de protesta de niño genio.

No muy brillante de mi parte, lo sé, pero es que estos versos corrientemente citados para demostrar que Seymour no era tan genio como se pretende dado que escribía unos versos tan banales, no me resultan banales en absoluto. La decepción de Buddy ante la elección de Boo Boo parece ir en esa dirección, pero yo creo que es genial que Salinger haya elegido esos versos, en apariencia poco pretenciosos. Y creo que la decepción de Buddy se debe a que no ilustran acabadamente lo que viene diciendo de la poesía de Seymour y no a que no sean buenos. Es para mí excelente el efecto que producen los dos primeros versos, la repetición del nombre completo del gran poeta romántico, contrapuestos con la familiaridad de los dos últimos: John/Por favor ponte la bufanda.

OK, pero sigamos con el fantasma de Keats que ha motivado este post alarmante. El viernes llegó a mis manos un ejemplar de Set. 14, 2003 del suplemento 'Culture', de The Sunday Times. El suplemento en cuestión es una revista de 86 págs. que contiene reseñas de todo lo que pueda englobarse bajo el rubro "cultura", pero sus notas están regidas por la agenda cultural, es decir, lo que pasa esa semana específica en exposiciones, discos, publicaciones, radio, televisión, etc. Digamos que si comparáramos al Times con, digamos, El País, el 'Cultural' de El País de Uruguay equivaldría al 'Times Literary Suplement' y el suplemento 'Culture' a una especie de 'Sábado Show', aunque el 'Culture', al lado de éste, parece la Enciclopedia Británica.
(Y perdonen, pero tengo que decirles esto: en el cuarto de al lado y mientras esto escribo, Remo ha escogido escuchar The Queen is Dead y escucho, atónita a Morrisey cantando "A dreaded sunny day/so I meet you at the cemetry gates/Keats and Yeats are on your side")

Decía que, en el 'Culture', encontré una reseña sobre el libro Dylan’s visions of sin de Christopher Ricks. La reseña, de John Carey, se titula 'As good as Keats?' y comienza: "¿Es Bob Dylan tan excelente poeta como John Keats? La alta y la baja cultura se han estado peleando sobre esta cuestión desde que David Hare la formuló en 1992. Acusaciones de esnobismo vuelan de una dirección y de filisteísmo desde la otra. Christopher Ricks, profesor de Humanidades en la Universidad de Boston es un agudo analista del estilo en poesía, cuyos libros cambiaron la manera en que toda una generación ha leído a Milton y a Keats."

Según el reseñador, Ricks fracasa miserablemente en su intento de probar que la excelencia de Dylan como poeta es comparable a la de los grandes poetas ingleses: "Lo que paradojicamente demuestran las comparaciones de Rick no es lo igual que es Dylan a estos poetas sino lo diferente que es. Una y otra vez, cuando compara un fragmento de una canción de Dylan con un verso de Tennyson o Hopkins o Larkin, la diferencia es espectacular. Los poetas son articulados y cadenciosos, mientras que las palabras de Dylan parecen inertes, torpes y curiosamente carentes de ritmo. La razón obvia de que esto suceda es que Dylan no es un poeta sino un creador de canciones. La música y el acto de tocarlas/cantarlas son necesarias para completar su arte y le agregan dimensiones que son inaccesibles a la poesía como texto. (...) Juzgar una canción de Dylan como si consistiera sólo de palabras en la página es tan miope como considerar que las odas de Keats serían mejores si las cantáramos".

Termino, por fin, este exorcismo, confiando en el poder mágico de estas palabras prestadas y convenientemente modificadas: "John Keats/John Keats/John/Please, leave me alone."

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