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Saturday, May 08, 2004

Arriba el trabajo

Ayer todos estaban emocionados. FUNSA, la empresa de productos de caucho reabre, gracias a la locura colectiva de un grupo de sindicalistas y a la locura individual de un empresario que cree que el proyecto es viable. Es casi el argumento de una película de Ken Loach.
Ayer se remataron las instalaciones y alli estaba el empresario, los obreros, el Ministro de Industria y los canales de televisión para asistir al histórico suceso. El empresario ofertaría 1 millón de dólares. Si no había otras ofertas, el sueño se haría realidad.
¿El sueño? Trabajar. Parece mentira.

Al final todo anduvo bien y todos lloraban, se abrazaban y gritaban, eufóricos. Los sindicalistas abrazaban al Ministro, el Ministro besaba al empresario, las esposas de los obreros lloraban, los periodistas relataban cómo los sindicalistas tuvieron que tomar tranquilizantes para ir al remate porque temían que apareciera un inversor argentino o brasileño que les pinchara el globo. Pero, por suerte, nadie apareció. Ahora, el sindicato devenido cooperativa, tendrá el 30% de las acciones. Y todos esperamos que les vaya bien, que ojalá el empresario sea un buen empresario y los trabajadores buenos trabajadores. Pero con eso no basta. Lo fundamental, lo que garantizará que esta industria funcione está, como casi todo, en manos de los políticos.
Que una empresa como FUNSA se remate en 1 millón de dólares y que no haya mejor postor habla a las claras de lo que han sido las políticas nacionales respecto a la industria. Así se fueron cerrando fábrica tras fábrica, porque Uruguay era un "país de servicios" y una "plaza financiera" que terminó siendo un país de serviles saqueados.

Bien, allá va FUNSA y ojalá le vaya bien. Ojalá esta emoción colectiva de ver una fábrica que abre, en lugar de una que cierra no sea efímera y la gente se acuerde de comprar productos FUNSA y deje de comprar cubiertas con nombres malos (¿quién en su sano juicio anda en un auto con cubiertas FATE o PIRELLI? Es tentar la suerte...)

Todo esto me hizo acordar a Pájaro de Celda, del gran Kurt Vonnegut, y a Powers Hapgood, activo sindicalista que terminaba dos por tres entre rejas, e hijo del fundador de la Empresa Conservera Columbia, experimento de democracia industrial, en la que los obreros participaban de los beneficios de la empresa:

"En aquellos tiempos, la historia del movimiento obrero era una especie de pornografía, y aún más en éstos. En las escuelas públicas y en los hogares de la gente bien, era y sigue siendo bastante tabú contar historias de los sufrimientos y hazañas de los obreros.
Recuerdo el nombre del juez. Se llamaba Claycomb. Lo recuerdo con tanta facilidad porque su hijo 'Moon' y yo habíamos sido compañeros de clase en el instituto.
El padre de Moon Claycomb, según Powers Hapgood, le hizo esta pregunta justo antes de la hora de comer:
-Señor Hapgood -le djio- ¿Por qué un hombre de familia tan distinguida y de tan excelente educación como usted decidió vivir así?
-¿Por qué? -dijo Hapgood, según Hapgood-. Por el Sermón de la Montaña, Señoría.
Y el padre de Moon Claycomb, dijo esto entonces:
-Se aplaza la sesión hasta las dos."




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